Yemen

22.03.2011 03:04

"Esto es horrible, es una matanza. Enfoque aquí, el mundo debe conocer que están masacrando al pueblo yemení", clamaba el pasado viernes un cirujano a la cámara de una agencia de noticias en uno de los hospitales de Saná atestados por los casi 50 cadáveres, incluido el de una niña de 4 años, y 200 heridos de bala. La sangría era consecuencia directa de los disparos de francotiradores que -presuntamente- el régimen había dispuesto en las azoteas de edificios próximos al campus universitario para dispersar la penúltima protesta contra el Gobierno de Ali Abdullah Saleh, que ahora se lava las manos y ha prometido depurar a los asesinos y compensar económicamente a los familiares de las víctimas. Según él, los francotiradores formaban parte de una conspiración opositora para asesinar a sus propios compañeros y sembrar el caos en el país. Algo que, simplemente, no cuela.
Desde que comenzaron las revueltas en Yemen, hace más de un mes, han muerto unas 70 personas, la cifra de heridos roza el millar y el régimen se ha visto forzado a decretar el estado de emergencia que restringirá durante 30 días la libertad de movimiento y reunión de los yemeníes. Además, con los tanques en las calles, la nueva fase en la que ha entrado la crisis en el país árabe permite al Ejército mayor libertad de movimientos. Como los que tuvo la Policía en la ciudad portuaria de Adén, donde seis manifestantes fueron acribillados a balazos también el pasado viernes.
Según los rebeldes yemeníes, al menos una localidad está bajo su control. Dar Saad, con unos 150.000 habitantes y considerada la puerta de entrada al Golfo de Adén, ha sufrido los peores enfrentamientos en los últimos días. Siete personas han muerto para expulsar a las fuerzas de un régimen que lleva 32 años en el poder y que no logra apaciguar la revuelta pese a la renuncia de Saleh a presentarse a la reelección en 2013 y a presentar la candidatura de su hijo y sucesor natural.
Los combates siguen también en Mukalla, otro puerto del Golfo de Adén de un millón de habitantes entre fuerzas gubernamentales y los opositores que protestan contra la corrupción y despotismo instalados en el régimen y exigen apertura.
La situación es similar a la de Libia: revueltas, ciudades tomadas, fractura entre grupos tribales y un régimen instalado en el poder desde hace lustros. Un país con el triple de población que Libia que, sin embargo, no acapara la atención de la comunidad internacional pese a las pruebas flagrantes de la violenta represión contra los manifestantes.
El apoyo del régimen prácticamente unipartidista de Saleh a la guerra contra Al Qaeda le ha supuesto una inyección de 250 millones de dólares llegados de EE. UU., que tan sólo ha pedido por boca del propio Obama que se "detenga a los responsables" de la matanza del viernes. Pura retórica que suena hueca. Una intervención quirúrgica en Libia está justificada pese a que la realidad es que el país vive una guerra civil y no sabemos muy bien quiénes son esos rebeldes barbudos que, desde luego, no parecen recién salidos de la universidad ni fervientes demócratas. Pero también lo está en Yemen, aunque no tenga petróleo ni nada que nos importe demasiado.
Y, por cierto, para los amantes de los detalles: entre quienes acudieron el pasado sábado a la reunión de París que dio el pistoletazo a los bombardeos, los ministros de Exteriores de varios emiratos donde no impera precisamente la libertad.
¿Cabe mayor contrasentido?